La economía española crece con fuerza inusitada desde el fin de la pandemia y crea empleo a un ritmo desconocido en casi dos décadas. En el segundo trimestre del año, el Producto Interior Bruto (PIB) avanzó un 2,9% en tasa interanual, muy por encima del 0,6% de la eurozona, mientras el número de personas ocupadas alcanzaba un máximo histórico de 21,68 millones y la tasa de paro caía hasta el 11,27%, la más baja desde 2008. Las predicciones del Gobierno, los organismos internacionales y las firmas de análisis económico coinciden: las condiciones seguirán siendo favorables al menos durante lo que resta de este año y el que viene.
Pese a las buenas cifras, España arrastra desde hace décadas un problema de fondo que la aleja de los grandes países de la Eurozona: la baja productividad. Entendida en términos generales como la capacidad de un país o de una empresa para sacar el máximo partido a los recursos de que dispone —ya sea la fuerza de trabajo o el capital— la productividad no crece al mismo ritmo que el PIB o el empleo y su bajo nivel es una de las razones —para muchos economistas, la fundamental— de que España no consiga cerrar la brecha con los países más prósperos de Europa en materia de bienestar. Aunque los datos más recientes son alentadores, mejorar la productividad sigue siendo la gran asignatura pendiente de la economía española.
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