Miguel tiene 54 años, está casado y es padre de dos hijos. Se levanta cada día a las 5 de la mañana y regresa pasadas las 8 de la noche. Trabaja de portero, y con su sueldo apenas les alcanza para cubrir lo básico: siempre quedan facturas pendientes. Se siente derrotado. Vive para trabajar. Ya ni se acuerda de la última vez que salió a cenar fuera.
Miguel es un trabajador pobre. Forma parte de ese gran colectivo de personas que, a pesar de tener un empleo estable y de deslomarse trabajando, no ganan lo suficiente para poder pagar los gastos esenciales y cotidianos.
Y es que, trabajar muchísimo y no tener una vida digna es la realidad para casi tres millones de personas trabajadoras en España, o lo que es lo mismo, el 13,7% de las personas empleadas.
Paradójicamente, la economía española es de las que más crece de la Unión Europea, granjea un récord de creación de empleo y ha hecho avances importantes en la materia –por ejemplo, la reforma laboral– y en el combate contra la desigualdad –con medidas como el Ingreso Mínimo Vital o las subidas del Salario Mínimo Interprofesional (SMI)–. Aún así, la desigualdad de ingresos en España es de las más altas de la UE: el 20% más rico gana 5,5 veces más que el más pobre.