Hubo un tiempo en que el progreso colectivo parecía estar al alcance de la mano. El desarrollo técnico traería un crecimiento que, bien repartido, daría lugar a una sociedad próspera. Sin embargo, esa ilusión se fue desvaneciendo con el paso de las décadas hasta el punto actual en el que cualquier avance colectivo cuesta un mundo, tal y como se está viendo con los avatares de la ley de vivienda.